domingo, 9 de enero de 2011

Jaque mate a mi vida


Y mi vida es como una partida de ajedrez cuando surgen problemas. Los caballos, alfiles, torres y peones a las órdenes del rey se reúnen para poner fin a semejante injusticia.

Mis sentimientos encarnados en peones son los primeros que saltan. Pero a medida que avanzan, van cayendo al abismo, se suicidan porque no tienen escapatoria, son demasiado débiles.

Las torres, como pensamientos, los respaldan a muerte, pero solo hasta que distinguen que en la lejanía los problemas cogen fuerza y prefieren ponerse a meditar sobre el bien o el mal, lo justo o lo injusto de las cosas. ¡No es momento para eso! grita la reina. Pero las torres están tan absorbidas en sus propios pensamientos que ni se inmutan, pasan a segundo plano.

Allá acuden en su rescate los alfiles y caballos, los que definen mis deseos y mi ira. Los alfiles como deseos que son, aceleran su marcha con muchas ganas hasta que al llegar al campo de batalla, chocan con la realidad y acaban desvaneciéndose. Por el contrario, los caballos mostrando toda mi furia, galopan por encima de las demás fichas caídas como si no hubiese fin. La Reina, sintiéndose más segura por las hazañas de los caballos, deja de moverse de un lado hacia otro desesperada, y acaba relajándose muy cerca del Rey. Los caballos cansados de luchar contra semejante problema, acaban transformando esa ira en una simple rabieta de quinceañera. Ahora se vuelven dóciles y desganados.

La Reina atisba entre la niebla, su trágico final. Así que solamente el Rey, aludiendo a mis actos, acude sin miramientos a la protección de su amada. ¿Qué haré sin ella? Se pregunta. Ella lo guía en todos sus pasos, en todas sus decisiones, en todas sus maneras de hacer y no hacer, no se imagina una vida sin su reina. La adora hasta el fin de sus días. Él moriría por ella, las veces que hiciera falta.

¿Por qué? Muy fácil, la Reina es mi corazón y todos mis actos, van acordes con sus decisiones. Ella tiene el poder para mover fichas, para desatar iras, para lanzar sentimientos al infinito, para cumplir sueños, pero sobre todo para actuar en consecuencia. Eso único que el corazón no puede dominar son los pensamientos, las torres en este caso, porque esos se encuentran ahí arriba, tienen otra finalidad. Son racionales, y ya se sabe que la racionalidad no hace buenas migas con el corazón. No nacen esclavos, nacen libres, interponiéndose en las decisiones que mi corazón desea, y así es como en algunas ocasiones lo acaban ganando.

Así es como poco a poco, la Reina se va abandonando. Ya ni se peina, por ese motivo su sillón resta intacto. Así, va olvidándose de pintar ese bello rostro que la ha proclamado reina. Se va apagando, se vuelve mustia. Y así es, como acaba arrinconando sus mejores galas en el fondo del armario, paseándose por palacio con cualquier andrajo que encuentra. La bonita cama de ensueño de la que gozaba se ha ido transformando en un lecho de paja y mimbre. Ya no duerme bien, se despierta por las noches exaltada. Algo no la deja dormir. Seguramente las torres vuelven a hacer de las suyas…

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