Existe un lugar que no deja de llamarme a gritos, que me sacude con todas su furia y en el que pasaría la mayor parte de mi tiempo, si realmente pudiera llamarlo mío.
Un lugar en que el tiempo no existe, se para accidentalmente como un reloj roto o al menos eso me hace pensar. Un sitio dónde puede ocurrir cualquier cosa, dónde se pueden encontrar diferentes tipos de personas con experiencias y relatos de vida todos ellos distintos entre sí, aunque con algunos puntos en común. También, se pueden vivir situaciones que jamás habrías presenciado a no ser por ese espacio que las engloba sin discriminar y como no, los sentimientos y emociones que suscitan esos pocos metros cuadrados…al menos a mí.
Sí, me refiero a los metros porque es ahí donde los pequeños movimientos toman mayor forma, siendo éstos más presentes. Dónde los gestos se hacen más patentes, dónde los prejuicios y las interpretaciones apresuradas surgen de manera continuada. Me encanta fijarme, meterme por un momento en el cuerpo y la mente de las personas que veo, sentir lo que sienten y tratar de aplicarlo a mi vida, mis circunstancias, mis dolores de cabeza.
Es un lugar que suele inspirar desconfianza a la mayoría pero en cambio para mí significa reflexión pura y dura, pensamiento, existencia, variedad, oportunidad y miles de cosas positivas que jamás acabaría de nombrar. De la misma manera me ocurre en el autobús, los trenes, etc. Donde el flujo incesante de gente es lo que le da vida.
Lugares que dan pie y provocan esos momentos en los que te liberas de todas las cargas impuestas, y los pensamientos viajan a la velocidad de la luz de neurona en neurona, absorbiéndote de la realidad. Aquí es dónde analizo casi sin quererlo cada una de las actitudes de las personas que ahí se encuentran, esas personas que algún “experto” ha decidido englobarlas a todas, llamarlo sociedad e irse esa noche feliz a dormir porque cree haber hecho una gran hazaña.
Y cuando observas a tu alrededor y ves que a tu lado se sientan varias mujeres, a primera vista sencillas aunque poco a poco te vas dando cuenta de sus rostros apagados, sin brillo, sin ánimos, sin esperar nada y con la mirada perdida como alejada de ahí. Y cuando hablan entre ellas tu oído se afina intentando descubrir que es lo que les perturba, lo que les quita el sueño,… cuando de repente deduces que podrían ser mujeres que viven prisioneras de sí mismas y del mundo, intentando reinsertarse en la llamada sociedad y que por su condición se encuentran haciendo una salida con una supervisora que las controla.
¿Alguien se ha parado a pensar que nadie les ha preguntado si realmente quieren eso?, está claro que no, ellos ya andan corriendo y cambiándose de vagón, pues resulta que yo sí y en sus decisiones se refleja la imposición donde esta toma fuerza.
Cuando te dan a elegir, mientras no se elija nada todo es posible, en cambio cuando eliges todo el abanico de opciones que antes poseías acaban esfumándose como por arte de magia. Cuando chocas con la realidad y te encuentras en estas situaciones, la gente (véase que no las personas) suelen desaparecer, porque les incomoda, sienten miedo. Prefieren evadirse con sus problemas y centrarse mejor en sus cosas, pensar en ir a comprar aquella camiseta que está de moda y que ha visto unas horas antes de pasada, al dirigirse a la academia a aprender inglés, para así engañarse pensando que tendrá mejores oportunidades en el futuro.
Para nada quiere saber porque esa mujer tiene el rostro apagado y habla como si esas fueran sus últimas palabras, como si le fuera la vida en ello. Una vida que no es suya, que se la han apropiado gente que se dice llamar “experta” o “profesionales”, porque ellos son los que saben lo que quieren y necesitan, saben lo que les ha de gustar y saben cómo motivarlas para hacer que lo que no les gusta les acabe gustando.
Así es como les enseñan la manera más adecuada para comportarse en “sociedad”, si es que existe un comportamiento único. Solamente es el que “ellos” desean, para así manipularlas a su antojo.
Mucha gente, pocas personas, o eso llega a mis oídos día tras día. Eso es lo que nos enseñan y nosotros aprendemos. Pero realmente es lo que nosotros mismos construimos. Hay pocas personas porque no os interesa considerarlas como tal.
Si en vez de quedarme sentada rodeada de presas o dementes, o desequilibradas emocionalmente y mentalmente, o toda esa jerga que usan esos profesionales me hubiera levantado y cambiado de lugar, simplemente me habría engañado a mí misma. Sólo me habría limitado a taparme los ojos, obviando esas personas. Pero no lo hice. Ahí me encontraba tratando de ver, de escuchar, de comprender, de sentir todos esos detalles que me proporcionaban sin saber, su forma de hablar, de quedarse mirando al vacio, etc. Unas señales que dan las personas sin ser conscientes, sin querer.
No es por el mero hecho del “chafardeo” sino el ir más allá el observar, el conocer, el entender, el traducir, el sentir, el pensar, el reflexionar y sobre todo, el aprender. Se puede aprender allá donde vayas. Y, se pueden encontrar miles de personas.
El primer paso para considerar a alguien como persona es dedicándole unos minutos de tu tiempo. Porque las "sociedades" que funcionan y se rigen por estigmas y prejuicios nunca podrá estar formada por personas.