domingo, 30 de enero de 2011

¿Cómo lo ve ella?

Me desperté con una llave en la mano. Llevaba un llavero bastante sencillo pero no sé porque, llamaba mi atención de una manera especial. Restregándome las sobras que habían dejado mis sueños en los bordes de mis ojos y degustando el sabor que aun quedaba por las esquinas de mi boca, me centré en la extraña aparición de esas llaves. De ellas, colgaba una etiqueta en la que aparecía una dirección. Me incorporé y seguí observándolas. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Aparecerme en esa dirección y devolverlas? ¿Quién sería? Y lo más importante, ¿Cómo habían llegado a parar a mis manos?

Me levanté y fui hacia la cocina dejando las llaves olvidadas encima del mármol. Me preparé un zumo recién exprimido porque sencillamente me apetecía. Mientras me lo bebía saboreando la acidez en cada sorbo y mirando un punto fijo de la cocina, pensando en nada, por el rabillo del ojo distinguí las llaves. Era como si me llamaran. Querían volver con su dueño. Así, que las cogí y las dejé lo más cerca de la puerta posible pretendiendo que ellas solas se cansaran de llamar mi atención y se volvieran por donde habían venido. Pero no lo hicieron. Cada vez que pasaba por delante me recordaban su extrañeza, y la intriga y mi poca paciencia estaban acabando conmigo. Me arreglé y me dispuse a pasar cerca de la dirección que indicaban por si algún recuerdo decidía aparecerse de repente por mi cabeza.

Ahí me encontraba enfrente del edificio. Nada. No había estado jamás en ese lugar. En un arrebato hice sonar el timbre. Nadie. Ninguna voz salió del portero automático. Apreté la llave muy fuerte contra mis dedos y abrí la puerta lentamente. Todo oscuro. Cerré la puerta y me adentré en el sombrío e interminable pasillo. Al final una habitación con algo de luz. La habitación rezumbaba un ambiente especial y mágico. Alguien había cuidado cada detalle que allí se encontraba. Unas velas aromáticas en las mesitas de noche, una confortable cama esperándome, el olor dulzón a incienso y pétalos formando un recorrido.

Me agaché y cogí un pétalo. Era suave y su olor me transportaba a placenteros recuerdos. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Notaba la presencia de alguien detrás de mí. Y aunque había entrado con una llave desconocida a un apartamento en el que no había estado allí antes, y sentía el respirar de alguien a la espalda, no me sentía extraña. La inseguridad había volado. Me tapó los ojos con un suave y perfumado pañuelo. Y sin inmutarme lo más mínimo, empezó a recorrer con sus manos todas esas curvas que me habían hecho mujer. Sentía cada huella que sus dedos dejaban en mi cuerpo. Vibraba cada vez que sus labios se posaban en mi espalda para besarme. Revivía cuando soltaba su aliento por encima de cada vello dormido. Con delicadeza me posó en la cama. Sí, era más confortable de lo que había imaginado. Sin poder ver y sabiendo a lo que me exponía me dejé llevar experimentando cada sensación que mi cuerpo decidía saborear. Se me erizaba la piel con tan solo pensarlo.

Me quitó la venda de los ojos con mucha calma pero al abrirlos solo vi un cuerpo desnudo que ardía en deseos de que fuera suya. Decidí coger las riendas de la situación y alargué la mano hacia la mesita cogiendo un hielo de la cubitera. Empecé a lamerlo recogiendo todas las gotas que iban cayendo y chocaban contra mis labios, dejándolos húmedos y tentadores. Seguidamente, fui pasando el hielo por el contorno de mi barbilla hasta la llanura de mi cuello, levantando lentamente mi cabeza y cerrando los ojos, dejando ver a contraluz cada una de las pestañas que poblaban mis exóticos ojos. De vez en cuando, mientras el hielo iba perdiendo volumen debido a la alta temperatura de mi cuerpo, haciendo que las moléculas se dejaran ir de las manos, tal y cómo nos estaba ocurriendo a nosotros, iba lanzando miradas furtivas, llenas de pasión, de ganas, de deseo. Mientras, él no quitaba ojo del recorrido que iba haciendo el afortunado hielo por mis senos, se imaginaba poder estar en su lugar.

Viendo su actitud yo jugueteaba más, pasándolo por las zonas en las que él abría más los ojos, como haciendo énfasis en sus preferidas. Hasta que decidí traspasar esa sensación escalofriante pero a la vez sensual a su cuerpo, haciendo hincapié en la totalidad de su miembro hasta conseguir que gozara de la insensibilidad a la que se exponía, del mismo modo que unos valientes escaladores han quedado atrapados en las blancas montañas y están tumbados sobre la nieve esperando su trágico final. Ahí es cuando aparecen mis ardientes y acogedores labios en su rescate, haciendo mella en cada uno de sus pliegues, reforzando el fogaje con la pasión del único órgano móvil de mi boca. Su cara mostraba puro placer, como si gracias a mi boca hubiera revivido. Estaba espléndido, brillaban sus ojos, se relamía los labios, despertaban sus sentidos, las sensaciones se encontraban a flor de piel. Seguí durante un largo rato reanimándolo, salvándolo, estimulando y dando calor a todas las terminaciones nerviosas hasta llegar al glande, devolviéndole así toda la sensibilidad a su miembro.

Al acabar levanté la cabeza y lo miré fijamente, dándole a entender que deseaba que posara su mano, allí donde más le apeteciera y la arrastrara como un sediento en el desierto, por la fina capa que cubría toda mi persona. Así lo hizo. Y cada parte que tocaba, como si de un interruptor se tratase, encendía en mí la lujuria contenida. Me acerqué salvajemente a su boca, y lo besé apasionadamente, intercalando pequeños mordiscos en sus labios para que notara las ganas que me mataban por dentro. Todo se desenvolvía en un ambiente mágico, alejado del mundo y del tiempo, es lo que sucede cuando introducimos la intención en el campo del deseo, esa intención inmanente que nos caracteriza y con el único fin de hacerse realidad.

Así fue cómo empezó todo; cómo se desarrolló, cómo fue aumentando mi ansia, cómo levantó ese ángel caído, cómo encendió mi pasión, cómo evaporó esas cenizas, cómo fue despertando cada parte de mi ser, cómo consiguió que enloqueciera, cómo pudo con mi resistencia, cómo volvió a hacerme vibrar,… así fue como poco a poco, sentía que tanto él como yo nos fundíamos en una misma persona. Lo sentía tan dentro de mí, tan mío. Era un sueño bajo las sábanas, era nuestro sueño. Mi cuerpo ya no se mostraba frágil, se sentía más vivo que nunca, se sentía dueño y dominador de lo que tenia ante él.

Sentía cómo su sudor me penetraba, se volvía mío. Los arrebatos de deseo que nos movían se iban transformando con entusiasmo en una debilidad cada vez más exánime. Mientras manchábamos las sábanas con un frenesí exacerbado digno de figurar en la mejor tragedia griega, nos traspasábamos lo que sentíamos a través de besos embriagantes que me anestesiaban. Al notar que el delirio estaba llegando a su punto máximo, me acerqué a su oreja izquierda para provocar doble satisfacción en el cuerpo sobre el que me encontraba. Mientras su estado de nirvana hacia de las suyas extasiándolo, yo por mi cuenta lo enviaba al más allá pasando mi lengua por su lóbulo; así escuchaba las ganas que me poseían, la satisfacción que aquello me proporcionaba, la armonía que provocaba en cada célula que formaba mi cuerpo, la paz que transmitía a mi yo aquél estado de fascinación y el encantamiento que me elevaba a lo más alto dejándome a la altura de las estrellas. De este modo, conseguía un escalofrío que le recorría el vello del cuello hacia la nuca, y que el efecto era el contrario de las montañas de naipes. Mi malicia aumentaba cuando a pesar de todo, yo triplicaba el efecto de placer a través de pequeños besos y mordiscos llenos de cariño, a la vez que bañados de vehemencia y deseo.

Allí me encontraba yo aterrizando en la llanura de la calma, dónde la ingravidez toma fuerza, dónde no importa nada, dónde todo parece estar correcto. Y allí nos encontrábamos nosotros, exhaustos, sin fuerzas, sin dolor, sin timidez, sin cruzar palabra,… felices. Me acercó un Chester y los dos fumamos con el único soplo que quedaba dentro de nuestro pecho, sintiendo como la nicotina entraba y se unía fuertemente, chocando con las paredes de mis pulmones. Mente en blanco, la muerte cerebral que había presenciado minutos antes ocupaba todos mis pensamientos. Mientras rescataba la ropa que salvajemente había tirado en el suelo, y sobretodo mientras las medias tocaban mis suaves y relucientes piernas al ponérmelas, millones de desazones que antes habían volado ahora retomaban fuerza y se anteponían a todo lo demás.

¿Qué era aquello que había desatado mi locura llevándola al extremo? ¿Qué era lo que había dado rienda suelta a mis pasiones sin yo decidir primero? ¿Qué era lo que ahora se apoderaba de mí torturándome? ¿Era miedo de volver a notar como cada fisura penetraba en lo más hondo de mi corazón? ¿Era desprecio por mí, por mi vida y por lo que me rodea? ¿Era el dolor que podría sentir más tarde lo que me apenaba?

Sin duda algo me preocupaba, me sentía consternada, acongojada, atormentada pero sobretodo, amargada. Sentí ganas de mirarle a los ojos. Me giré buscando su mirada. La encontré. Y allí estábamos, medio vestidos uno enfrente del otro, mirándonos. Necesitaba ver en sus ojos la respuesta que esperaba. No la encontré. ¿Pero cómo puedo ser tan tonta? Nunca aprendo. Así que sin dudarlo un segundo más, recogí con ímpetu la ropa que aún se encontraba abandonada encima del sillón y con los zapatos en la mano, eché a correr pasillo a través. Escuché algún grito ahogado al fondo de la habitación, pero no paré. Seguí corriendo descalza hasta llegar a la calle, haciendo señales con prisa para que un taxi hiciera el favor de parar. Me subí sin pensarlo y entre sollozos, mande a aquél pobre hombre que estaba presenciando mi triste vida, allí donde nada ni nadie pudiera herirme.

Miraba a través de los cristales del coche aquel lugar dónde alguna vez hubo amor, dónde también hubo cariño, donde todo empezó… las lagrimas ocupaban la mayor parte de mi cara, dejando mis ojos empañados de una tela fina que dificultaba la visión y así, aquél lugar se iba haciendo borroso, iba desapareciendo. Notaba la grava que había quedado incrustada en la planta de mis pies a causa de la brusquedad con la que había salido corriendo. Entre gemidos y lamentos noté algo entre mis manos. ¡Era la llave! ¿Por qué? ¿Por qué me perseguía? ¿Qué quería de mí?

Rápidamente avisé al taxista de mi nuevo rumbo y dando un violento giro al volante, haciendo chirriar las ruedas de caucho, cambió de dirección. Llegué a mi destino. Me bajé del coche dejando al hombre con cara de desconcierto, mientras yo poco a poco me alejaba descalza hacia el acantilado. Necesitaba abandonar este afligimiento que me condenaba. Cogí las llaves con todas mis fuerzas y las lancé al infinito, rozando la apuesta de sol. Fui siguiendo su recorrido hasta que se confundió con las bruscas olas que esa tarde asaltaban las rocas. Escogí ese sitio, porque hay mar. El mar ayuda a pensar, a reflexionar, a arrinconar lo que nos duele, a desconocer lo que algún día conocimos, a omitir lo que nos hace daño, a extraviar sentimientos y a olvidar amores imposibles.

jueves, 20 de enero de 2011

Olvido

Retumba una voz por todo el interior de mi cuerpo, por cada órgano, por cada esquina, por cada hueco. Siento su eco. Lo oigo a todas horas. Es lógico, cuando hay vacio. Del mismo modo, cuando llegas a la cima de la montaña y apenas sin fuerzas, sacas todo lo que queda en ti, ayudándote con un grito desmesurado. Así, es cuando hablan las montañas. Así, es como despiertan las flores. De este modo, es cuando mi felicidad decide dejarme tirada a merced de la desesperación. Esa que no repara en ti.

Deshidratándome, sigo jugando a ver lo que nadie ve en todo lo que se me pone delante. Es divertido analizar cada razón por las que sigo sintiéndome así. Trato de resistir la tentación, pero finalmente mi fuerza de voluntad se va al traste. Cansada de repetirme continuamente que, quien busca siempre halla, noto casi sin dudarlo, que se masca la tragedia.

Inminentemente me encuentro al borde de un precipicio, en el que me dispongo a saltar aterrizando de manera limpia y perfecta, sin un rasguño. Pero en un pequeño despiste me veo rodando pendiente abajo, se va desgarrando mi ropa, se va despeinando mi melena y poco a poco, voy sintiendo como se me clava cada piedra en el corazón. Una vez abajo exhausta y dolorida, me quedo bocarriba mirando el cielo. No es un cielo oscuro, no llueve, ni siquiera hay nubes. Hay un sol enorme y brillante que hace que mis ojos desperdicien miles de lágrimas. Ya puestos, sigo llorando. Porque más que todas las heridas de mi cuerpo, lo que me duele es verlo todo tan vivo y radiante, mientras yo he caído y me encuentro con un pie en el olvido.



martes, 11 de enero de 2011

Detrás de la mirilla...

Oigo pasos. Se acerca alguien. ¿Quién es? No sabría decirte, pero camina lento, desganado, hasta me inspira calma. Arrastra en su caminar todo aquello que con el paso de los años va echando a su espalda. Cansado ya de tropezar, va despejando del camino todas las piedras que encuentra a su paso.

¿Ves algo? No alcanzo a descubrir quién es, pero diviso en la lejanía una silueta muy bien dibujada, que contrasta perfectamente con este placentero atardecer. Es un chico. ¿Y cómo es? Su figura llama la atención. ¿Por qué? Es algo extraño, da la sensación que se deja llevar, que no espera nada, simplemente se lanza al porvenir. Se está acercando. ¿Lo distingues ahora? Sí, ahora puedo identificar mejor sus rasgos. Es una persona discreta. Su propósito no es precisamente el de llamar la atención. Se muestra serio, aunque tiene un cierto aire de persona sensata y responsable. ¿Y su cara? Su boca muestra a veces, unas muecas un tanto traviesas. Es como si detrás de ese paso sosegado, existiera un tunante dispuesto a dejarte en ridículo con tan solo abrir su boca.

Pero sus ojos,… ¿Qué pasa con sus ojos? Sus ojos le delatan. ¿Qué quieres decir? ¡Bienvenida a la mejor obra que verás jamás! ¡Como actor principal el chico de las muecas traviesas! ¿Estás loca? No amiga mía, estoy más cuerda que nunca. Este chico tiene dos vidas, nadie se ha dado cuenta pero a mí no me engaña. Lo tiene fácil, pues la gente no suele darse cuenta de los pequeños detalles, a veces los más importantes. ¿Entonces, lo conoces? Si conocer es entender…sí, lo conozco. Él muestra su lado más rebelde, bohemio y macarra cuando se encuentra en sociedad. Como si no le importara lo más mínimo lo que pasa a su alrededor. Se limita a hacer gestos de desenfado y cuida mucho cada palabra al hablar. Intenta manifestarse como un ser sin sentimientos, sin remordimientos ni conciencia alguna. Pero sus ojos,… ¿Qué, qué pasa? Sus ojos le delatan. Unos ojos, que podría ver en ellos todo aquello que le conmueve, todo lo que le choca, todo eso que hace que le brillen. Unos ojos que llaman a la creatividad, siendo ésta su fuerte, su escapatoria y su manera de alejarse de la realidad. Unos ojos que lo muestran todo y nada a la vez. Que solamente requieren tiempo.

La mirada es el reflejo del alma, dice mucho de nosotros, dice mucho de él. Hay algo en su mirada que inspira inquietud, ganas de pensar, de entender, de descubrir. Observa todo sin descuidar un detalle, no quiere que nada se le escape. Busca a cada paso analizar la particularidad de cada elemento en su totalidad. Muestra turbación en todos y cada uno de los pensamientos que amueblan su cabeza. Hay algo que no le deja vivir en paz, quiere descifrar cada mensaje oculto, intuir cada acción, advertir los mensajes del destino, conocer todo lo existente, comprender cada actitud, dominar los misterios de la vida, percibir infinidad de sensaciones, discernir lo verdadero de lo falso, al fin y al cabo quiere entender. Su mirada ansia saber. Lleva más vivido de lo que muestra al mundo. Y eso es lo que lo hace único.

Sus ojos se muestran tristes, abatidos porque en algún momento de su vida ha preferido encerrarse en él, enseñar otra cara, con otros pensamientos y otras preocupaciones. Ese es su mayor error, un error que lo priva de otras cosas, y sobre todo lo priva a mostrar su mejor cara. Una cara que aprecia el arte, que lo valora, que lo ama y que se entrega en cuerpo y alma. ¿Por qué hace tal cosa? Quizás porque es más fácil así. Las explicaciones no gustan y menos, si sabes que la atención que prestan los demás no es la que desearías. Quizás por miedo a que no te entiendan. Para mostrar tus ganas y tus ansias has de sentirte seguro. Quizás por pereza. La pereza es el mal de todo genio. Quizás porque te tomarían como a un loco. ¿Es posible? Sí, pero te diré un secreto… las mejores personas lo están.


lunes, 10 de enero de 2011

El colmo de la utopia

Queridos Reyes Magos,

llevo desde que perdí la ilusión por vosotros y vuestras fiestas consumistas sin escribir una carta (que nunca llegará, como todas las demás...). Sin embargo me encanta la ironía y he decidido escribiros pidiéndoos algo que se que no podréis traer como tampoco el coche, la casa en la playa o una vida feliz que os pedí. Aunque siendo sincera, tampoco me trajisteis aquella mierda de muñeca que sí podíais pagar.

Pues este año nada más ni nada menos voy a pediros que mejoréis al ser humano al completo, empezando por su cuerpo, siguiendo con su mente y terminando por su alma; si es que tiene, si no es así dótalo de ella. Ya todos nos hemos dado cuenta que están hechos como para dar el pego y tiene más defectos y fallos de los que parece.

Para empezar,…

En cuanto a cuerpo:

Me gustaría que tuviera más ojos, creo que con solamente dos no alcanza a captar todo, se le escapan los detalles, sobre todo los más importantes. Lo mismo pido con las orejas, necesita como mínimo una docena más y enfocadas hacia fuera, está claro que escucharse a uno mismo es importante pero estaría bien que contara con su alrededor más a menudo.

Me gustaría también que el corazón ocupara la gran parte del pecho, porque hay algunos humanos en los que debes rebuscar en lo más profundo de ellos, para por fin encontrar un músculo que simplemente se dedique a bombear sangre.

Me gustaría también que tuvieran la boca pequeña y puede que algunos llegaran a prescindir de ella. Porque hablar es muy fácil, no necesitas saber escribir o leer. Cualquiera nace con esa destreza, lo que creo que algunos la desarrollan más de la cuenta y sobre todo, de mala manera. Muchos hablan sin después ser consecuentes con lo que dicen, así acaban todas esas palabras, confundiéndose entre las motas de polvo que forman el aire. Lo que la mayoría de veces cuentan son los hechos y para esos, no hacen falta las palabras. Hablan por sí solos.

Me gustaría también, que a los próximos humanos les acortéis un poquitín la lengua. Algunos la tienen muy larga.

Me gustaría que tuviera más manos para poder ayudar a los demás, porque siempre acaba juntándolas para sí, haciendo ademán para lavárselas. También pediría que se acortaran las manos, algunos también las tienen muy largas. En cambio, con las piernas creo que han acertado solo que no debería haberse erguido como explican en su evolución. A cuatro patas estaba bien, o al menos no tropezaba constantemente con las piedras del camino.

Me gustaría también, que las medidas fueran acordes con el relleno. Quiero decir, muchos humanos tienen demasiada cabeza para lo poco que tienen dentro y lo poco que la usan. Ahora no quiero que escatiméis, ¡si hay que poner más materia gris o más cerebro adelante!, no quiero ahora un mundo de cabezas pequeñas acordes con la utilidad que le dan. No me malinterpretéis. Quiero el efecto contrario, quiero que la usen, que escudriñen todo y le den la vuelta y media, las veces que haga falta. Eso sí, no me gustaría que se usara para hacer el mal como hemos visto en muchos ejemplos de la historia. Por cierto, ya que he sacado el tema del cerebro, también pido que solo el cerebro tenga la capacidad de pensar, existen humanos que han delegado esa capacidad a otras partes de su cuerpo.

Me gustaría también que las cosas inútiles dejen de existir, sí, me refiero a que si las muelas del juicio no sirven que ni se esmeren en salir. Lo mismo podría decir de los pelos…que deberían darse por aludidos a la quincuagésima depilación.

Me gustaría que no se valorara tanto un trozo de carne, como pueden ser los pechos, y se valoraran más otras cosas, que por desgracia escasean, y que difícilmente se pueden obtener con una operación, como puede ser el cerebro.

En cuanto a mente:

Me gustaría que, tuviera bien organizada su cabeza y no se formaran agujeros negros donde acabara perdiéndose información importante.

Me gustaría que le enseñaras el arte de pensar, cómo hacerlo y que de esta manera pudiera pensar bien. Muchos le dan un mal uso y acaban pensando mal.

Me gustaría que no se aferrara tanto a las ideas y se dejase llevar, que la religión o la política no les influenciara tanto que los llevase a cometer injusticias.

Me gustaría, que al mentir cruelmente sobre algún tema (no me refiero a mentiras piadosas), en su cerebro se activara una glándula que le enviara una pequeña descarga, para así evitar que en un futuro lo siga haciendo. Está claro que cuando dejara de hacerlo, esa glándula seria un estorbo y acabaría desapareciendo como las muelas del juicio o los pelos.

Me gustaría que usara más la mente, quizá no en su totalidad pero si un tanto por ciento más alto.

Me gustaría que la mente también tuviera en cuenta las decisiones del corazón, y que no le pegara tan rápido la patada usando como arma la conciencia y los remordimientos.

En cuanto a alma:

Me gustaría que fuera más sensible con lo que le rodea, su entorno, la naturaleza y todo lo que vive en ella.

Me gustaría también que no desperdiciara ni un minuto de su existencia en cosas inútiles sino que disfrutara de todo aquello que tiene para luego cuando lo pierda no se arrepienta enormemente de lo capullo que ha sido.

Me gustaría que apreciara las cosas por su belleza y no solamente le busque la etiqueta del precio a todo lo existente.

Me gustaría que lo dotaras de imaginación, sueños, ilusión, ganas, creatividad, inspiración en cada segundo de sus vidas. Así, todo lo que hiciera tendría un mínimo de calidad y aunque salieran mal las cosas, se podría distinguir en cada movimiento, el pensamiento puro y bueno que habría llevado a su acción.

Me gustaría que fuera generalista, que no pudiera existir el egoísmo, ni el egocentrismo que lo delatan en cada una de las decisiones que toma.

Me gustaría que la simplicidad se apoderara de él y de todo su ser, que dejara las complicaciones y líos a un lado y de este modo, apaciguara el dolor que crean las confusiones.

Me gustaría que fuera más humilde, no consigo mismo proclamándose la mejor persona del mundo, sino con los demás, demostrándolo.

Bien, podría seguir pidiendo pero creo que de momento tenéis bastante faena, así que me dispongo a daros los motivos por lo que os pido semejante idiotez antes de que me tachéis de extravagante, lunática, demente y excéntrica.

Sé que es un trabajo duro y vosotros no sois los más adecuados para confiaros este capricho, pero me siento acorralada y es lo primero que se te ocurre cuando quieres pedir algo y a la vez, tu familia no deja de insistir continuamente en qué quieres que te regalen para este día tan esperado. Pues yo nunca sé qué contestarles que no sea nada, porque ellos solo pueden complacerme con cosas materiales y lo que yo quiero y busco va mucho más allá.

También me he dado cuenta que probablemente el ser humano que pido perdería el sentido de dicho término, perdería eso que hace que tropiece constantemente con la misma piedra, eso que hace que cometa errores, eso que lo hace humano. Y seguramente, se asemejaría a un monstruo de cinco ojos, catorce orejas, cabeza grande, boca pequeña, manos cortas, que camina a cuatro patas y actúa como un oso amoroso pero, una también sueña y se cansa de que todo vaya cada vez peor.

Necesito algo grande, que mueva al mundo y como sé que eso solo lo consigue el futbol y vosotros me he decantado por esta segunda opción. ¿Por qué? Pues por la sencilla razón que en estas fiestas la gente se mueve por el espíritu, la ilusión y la esperanza y eso es justo lo que yo busco. No necesito gritos, rabia, peleas e insultos como los que caracterizan al futbol. Así que no os pongáis las manos en la cabeza cuando leáis mi carta, yo sé que no podéis cumplir semejante cosa, ni tan siquiera intentarlo, porque nadie puede. Nadie puede solo. Ha de ser un proyecto conjunto que desgarre lo más profundo de cada uno y así puedan averiguar que aún queda esa sensación y esas ganas de luchar por algo común.

No hay nada imposible pero si todo se pone en contra, cambiarlo cuesta una eternidad y yo no dispongo de tanto tiempo. Vosotros sois eternos e inmortales. Y tranquilos, que la cultura y la religión están tan arraigadas en este estado que será cosa difícil de eliminar, por tanto tenéis tiempo de sobras para complacerme. Sé también, que las cosas no cambian de un día para otro, pero este ser humano, este que está tan mal hecho, éste del que te hablo, también tiene muchas cosas buenas como son los deseos, la fe, la voluntad, la espontaneidad y más que nada la libertad, que apoderándose de mi han hecho que os hablara de esta utopía.

Atentamente,

Un ser humano cualquiera.