Tristemente aterra mi conciencia una fuerza que se avecina como invadiendo todos mis sentidos y cada uno de ellos se transforma, se vuelve rancio, de otro color, coge otra forma hasta volverse contra esas almas que han intentando penetrarlo a la fuerza. Solo la soledad puede vencer las murallas que rodean esta alma.
Tropezando, tropezando dicen que todo aquél llega a su destino. Una se cansa de los barrizales, de las piedras, de los caminos sin salida,…son demasiados…no desesperes! oigo allá en la lejanía, pero a medida que avanzo dejo de escucharlo y me pierdo. Tropiezo y caigo. Levántate! Tú puedes…quien sino lo haría. Tu sola debes saltar, no necesitas que nadie te lo recuerde… porque sabes de sobras…Que solo la soledad puede vencer las murallas que rodean esta alma. ¿Lo entiendes verdad?
Lo entiendo pero no lo comprendo. Me inquieta la brevedad de las palabras, el susurro del viento, el final de un cuento…debo tener paciencia, esperar es importante. Si, la espera es esencial chica, lleva implícita el tiempo que ayuda a olvidar.
¿Tú y tu ímpetu os atrevéis a hablarme de tiempo? ¿Tú que no has sabido aguantar una mirada hasta sentir que se te clava, haciendo que la sangre derramada se funda en un único lago eterno? ¿Tú que desperdicias cada momento que el azar pone en tu camino con cualquier excusa injustificable? ¿Tú que miles de veces lo has maldecido por arrastrarte hasta el amargo sabor que dejan algunos cambios? Eso no es apreciarlo en toda su esencia, eso ni siquiera me sirve a mí de consuelo. Resulta que el tiempo no anda solo, va acompañado de la esperanza, se sirve de ella, se revuelca hasta adormecer sobre su falda.
La esperanza mece al tiempo en una cuna de mimbre, demasiado fría, demasiado dura. Como hecha sin ganas, simplemente para tener a todos contentos con su obra. Pero ella no se deja engañar tan fácilmente, rebusca hasta encontrar el fallo, ese fallo que intentará mejorar para que resulte de otro modo.
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