viernes, 1 de febrero de 2013

Historias sin contar



Soledad en cada mirada, en cada huella, en cada trocito de asfalto, en cada atisbo de luz. Las miradas ajenas se clavan en mí mientras sus bocas susurran a oídos que desmerecen. Se resiente el alma intranquila por lo que acontece. Secretismos varios de sensaciones manchadas de error. Silencios que se disuelven a medias tintas entre cromatismos imaginarios. Resúmenes vacios que no dan lugar a la reflexión. Tristeza vestida por la locura. Una locura sin pies ni cabeza que me obliga a pensar mientras ando perdiendo el norte.

La noche da paso a ojos cerrados y corazones abiertos, expuestos a arrebatos sin sentido que no conducen a nada, solo al vacio de un interior descontento con casi todo y que encuentra sin buscar. Encuentra miedo, lágrimas, rechazo, desorden, desidia.

Falta mucho para encontrar poco que necesitar. Esos corazones tan abiertos se infectan a la mínima, ya no están para nadie. Se guardan en cualquier rincón junto a las cosas inútiles a la espera de usarlos algún día, antes de que acaricien las montañas de basura humana que podemos producir gracias a nuestro don destructor.

Dirigen la orquestra melancólica que da paso a los días discretos sin más cambios que la llegada de frentes lluviosos. Elevan a unas personas mientras sueltan de la mano a otras. Sincerarse con uno mismo, he ahí el quid de la cuestión. 


Se oyen allá en la lejanía, las voces de laúdes que gritan socorro sobre bases sin letra, la historia está aún por contar.


Escúchalas una y otra y otra vez. El alma necesita vaciar y escupir palabras que se ahogan entre la vida y la muerte de aquellos que no aprovechan el momento, y se pierden entre planes, proyectos y sueños que nunca llegarán porque se han suicidado en el abismo del lenguaje mudo.