domingo, 16 de septiembre de 2012

Cuentacuentos



Hace muchos, muchos años, exactamente 27, llego a mis oídos una historia de un lugar no muy lejano, y que hoy me gustaría compartir contigo, hija mía.
Cuentan las malas lenguas que en lo alto de una montaña vivía un científico ermitaño. Un hombre con una apariencia desgastada, comida por la mala vida y los desengaños del corazón.
Él vivía en una modesta casita situada en la falda de la montaña, dónde el rio alimentaba el pueblo con sus cristalinas aguas y sus rayos de sol chocando con las miles de perlas que formaban su cauce. No es oro todo lo que reluce. Así fue, que un buen día ese anciano, que en algún momento sintió la juventud en su piel, agarrándolo de tal modo que vibraba al rodearse de personas queridas, se cansó.
Se cansó de dar sin recibir, de ofrecer sin pensar, de amar sin miedo, de sentir sin saber, de olvidar sin conseguirlo. No entendía que tipo de enfermedad había arrasado con todo el pueblo, diseminando su odio y su envidia a todos los habitantes de aquella pequeña población.
Al cabo de unos días que ya toda la gente estuvo contagiada hasta la medula, el joven de ojos soñadores se vio inmerso en un mundo rarísimo. Un mundo donde la hipocresía ganaba a la humildad, donde el engaño ganaba al amor, la envidia a la felicidad, donde el ansia de una persona era capaz de sacrificar un conjunto de ellas, donde la pérdida tenía más valor que la victoria, donde lo injusto estaba a la orden del día, donde lo macabro se consideraba cultura y donde el arte moría a cada minuto. Donde un mundo ideal pasaba a ser una utopía; un mundo triste, el mundo real. 


Así fue como se fueron calmando sus ansias de vivir, así se fueron apagando sus ojos confundiéndose entre los pelos, ahora canosos, que dejó de arreglar. Así se sumió en un estado de tristeza que poco a poco, iba vaciando su interior y cansando su alma.
Tal fue su aflicción que harto de todo ese conjunto de almas contaminadas rodeándole, optó por la soledad. Esa que siempre está ahí cuando nadie está contigo para verla.
Pasó horas, días, semanas, meses, incluso años lejos de todo aquello que lo consumía por dentro, en una cabaña situada en la punta más alta de la montaña. En un lugar dónde no llegaban los escaladores, ni las maquinas taladoras, ni siquiera las voces extraviadas de los aviones. Sólo se escuchaban los rumores de las montañas quejándose por lo veían desde las alturas, los cantos de los grillos en las noches de verano y un sinfín de sonidos que eran melodía para sus oídos.
Pero también acabó cansándose. Paz iba siempre muy bien acompañada de soledad, y al pobre anciano sólo le aliviaba pasar las noches, bebiéndose su melancolía. 
 
Una de esas noches la nostalgia decidió llamar a su puerta. Él abrió no muy convencido, con el cerrojo aún puesto. Nostalgia al ver que no era bien recibida, decidió colarse por las rendijas de la puerta aún medio abierta, también por los desagües convirtiéndose en dulces destellos que iban cayendo por el grifo a cuentagotas, y por los agujeros que los ratones habían ido preparando por si este día llegaba.
Una vez dentro, inundó las cuatro paredes de la cabaña, recorrió cada mueble que allí se encontraba y trasteó todos los cajones, llenos de trastos viejos. No complacida con todo eso, decidió impregnarse en la ropa del viejo, traspasando a su piel unas sensaciones que jamás había percibido. El hombre con el vello de punta por la idea que le había asaltado en ese instante, decidió coger papel i lápiz, i empezó a trabajar con ella hasta que los primeros rayos de sol se colaron por las rendijas de su estropeada persiana. Su sabia mente, su débil cuerpo y su desdichada alma pusieron todo su empeño en un único fin: crear una persona que rozara la perfección.
Primero cogió una muestra de sujetos al azar. Los sujetos eran todos diferentes entre ellos pero algo los unía fuertemente y creyó que era lo que estaba buscando. No los unía la envidia, ni el odio, ni la codicia, ni los celos, era algo diferente, algo nuevo… un sentimiento muy fuerte parecido al amor. Los científicos lo denominaron amistad.
Cuando tuvo todo preparado para dar una calurosa bienvenida a su creación, dispuso sus instrumentos sobre la camilla y preparó todo tipo de soluciones en diferentes probetas, mezclando fuerza, energía y vitalidad.
Empezó escogiendo la cabeza, ésta tenía que ser compleja y bien organizada para que no se formaran agujeros negros donde acabara perdiéndose información importante. Debía llevar incorporado el manual sobre el arte de pensar para poder darle un buen uso. También era importante que esta cabeza contara con ideas propias, sin malicia, pero con una gran inspiración y creatividad incluida. Le costó mucho trabajo escoger la mente perfecta, pero al final dio con la indicada.
Seguidamente se centro en los ojos de los sujetos; demasiado grandes, demasiado pequeños, demasiado rasgados, demasiado claros, demasiado oscuros,… Por fin encontró los que buscaba, unos ojos que inspiraban seguridad, determinación, que no sólo servían para ver, sino para darle la vuelta a las cosas, escudriñar todo aquello que captaban y verlo desde otro punto de vista.
Un poco más abajo, la nariz. Buscaba una que fuera perfecta, que los olores que entraran llevaran a esa persona a recuerdos placenteros, una nariz que supiera oler el peligro para así esquivarlo con gracia. Y ahí la tenía delante de él, quedó satisfecho con el resultado.
Ahora le tocaba el turno a las orejas. Necesitaba que estuvieran bien enfocadas hacia afuera, que supiera escuchar, que la música le produjera escalofríos. Que todo aquello que entrara por ellas, le conmovieran y le hicieran crear, imaginar, sentir. Sí, esas eran perfectas.
Seguidamente se centró en la boca. Ésta debía tener unos dientes que supieran morder cuando las cosas se pusieran feas, una lengua graciosa que la hiciera suspirar y una campanilla que se pusiera a dar mil vueltas de alegría al notar los placeres de la vida. También los labios debían ser perfectos para besar a todas esas almas necesitadas de amor. Así encontró la mejor boca de entre todas las que sus ojos miraban sin parpadear.
Sin más dilación pasó a los brazos. Buscaba unos que tuvieran fuerza, energía, que todo lo que tocará brillara. Unos que supieran dar calurosos abrazos y dónde la música pudiera campar a sus anchas, de arriba abajo y a lo largo de éstos. Unos brazos acompañados de unas manos habilidosas, juguetonas, divertidas y muy vivas. Unas manos que acariciaban el aire de tal manera que éste sentía cosquillas. Ahí estaban, no podría haber encontrado unos mejores.
El científico llegado a este punto se sintió muy cansado, pero sus ansias y la ilusión con la que construía esa magnífica persona, hicieron que continuara con los planes propuestos. Hacía tiempo que no se sentía tan vivo, tan radiante. Siguió ahora en busca de algo con que la persona pudiera desplazarse, unos pies.
Buscaba algo fuera de lo común, unos pies pequeños con los que pudiera hacer mil virguerías, que diera la sensación que podía volar. Que la música corriera por sus venas, atrapara todos sus puntos nerviosos y los controlara de tal manera, que verla bailar fuera un regalo para las retinas de los demás humanos.
Llegó el momento esperado por todos, faltaba lo más importante, eso que acaba de caracterizar a una persona y la hace especial. ¿Lo oyes?


Es el sonido que marca los pasos de una persona, el sonido que mueve el mundo, puede llegar a unir o incluso asustar a los demás. Son las sensaciones, los sentidos, los actos, los recuerdos, los sentimientos. Es la parte que mueve todas las otras, que hace caminar a la persona, que ve, que siente, que huele, que oye, que toca, que piensa. En definitiva, es el que acaba decidiéndolo todo, el que guía el camino que seguimos y el que siempre recibe los golpes. Es la parte más fuerte y más sensible a la vez. Tiene mil y una razones para seguir latiendo a pesar de todo. Es el corazón, el único músculo que nunca descansa.
El científico quiso acabar de formar a la persona con unos recuerdos que encontró en algún baúl olvidado, lleno de polvo por el paso del tiempo. Rellenó el corazón con una pizca de risas, un saco de humor, un soplo de inocencia, una cucharada generosa de felicidad, un rayo de espontaneidad, una gota de locura, un huevo de ritmo, una sobredosis de emoción, un puñado de lágrimas, un susurro de escalofríos, un chorro de diversión, un saco de sueños, y todo bien forrado de amor.
¿Te has fijado? Gracias a la buena fe y la perseverancia de aquel hombre descontento con su alrededor, consiguió lo que quería y nos dio a todos nosotros un poco más de aire fresco en este mundo turbio.
Y esta eres tú. Estos somos nosotros. Y esta nuestra forma de decirte que te queremos y te consideramos una persona especial. Una forma diferente de hacértelo saber, pero sin duda, una pequeña muestra de lo que nos provoca acompañarte en este largo camino. Cógenos de la mano, no nos sueltes. Aprieta tus dedos fuertemente contra los nuestros, queremos que esto siga. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario