- ¿Quién es?
- La indecisión.
- Mmm...Ah, bueno, hola supongo.
- ¿No te alegras de verme?
- ¿Debería?
- Hombre, nos conocemos lo suficiente, ya sabes, todos esos ratos que hemos pasado juntos. Esos ratos en que no ha salido ninguna respuesta de tu boca, respuestas que se han quedado atrapadas en tu lengua muerta. Esos en los que te has quedado parada al borde de un precipicio, sin saber si echar a volar o quedarte dónde tus pies puedan correr libres. Esos momentos en que te he hecho parecer una mujer débil, sin ideas, ni pensamientos, ni ambiciones en la vida que te muevan. Esos momentos en los que las preguntas han quedado vagando por tu cabeza como almas en pena…
- ¡Basta! Sí, ya lo recuerdo. Es por
esa razón por lo que no me alegra tu visita. No me alegro de todos esos
momentos en los que he quedado como una completa imbécil ante situaciones en
las que debería haber gritado, actuado, decidido… o eso creo.
- No tienes porque atormentarte
de esa forma. Tu indecisión ayuda a otras personas a coger las riendas, eres
como un soplo de aire para los demás, haces que se sientan poderosos.
- Me alegro por ellos… ¿qué
importa cómo me sienta yo? Si los demás están bien, ya está. Es suficiente.
Aunque ahora entiendo porque siempre soy yo la que va barriendo su angustia a
duras penas por las calles, la que aguanta dentro de sí tantas palabras que debe
escribirlas para no reventar, la que baja la mirada cuando la vida la mira
desafiante. Esa es la que se esconde tras todos los textos que va labrando día
a día, que recoge por las noches y que encierra bajo llave nada más despuntar
el sol, por vergüenza quizás.
A veces parece que no sé lo que
quiero, que nada me importa y que todo me da igual. Pero no es así. La verdad
es que lo único que sé seguro que no quiero es que se acabe ese momento, por
eso es por lo que todo lo demás me sobra. No me importa el lugar, ni el motivo.
Me olvido de mis vicios, de mis placeres, de mi vida, de mi historia, solo dejo
que el momento fluya y me dejo llevar. Camino a través de los ritmos que
envuelven el momento y a duras penas puedo pensar en banalidades que no lleven
tu nombre. Así es cuando me elevo y toco el cielo con la yema de mis dedos, así
rozo el aire que congela los momentos tiernos, así tropiezo con una sonrisa
delante de tus ojos tristes. Así es como acabo adormeciéndome en tu falda
envuelta en un calor de amor y cariño que se respira en esas cuatro paredes que
nos esconden de todo aquello de lo que no podemos escapar, el mundo.
...Quizás es más fácil encargar las decisiones a una flor para que se las pueda llevar el viento y la culpa pertenezca al azar. O quizás no...
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