Absurda nuestra forma de ver y entender el
mundo. Absurda nuestra destrucción. Absurdos nuestros vicios. Absurdas
nuestras mentiras y nuestras verdades. Absurdos nuestros deseos y
placeres. Absurdos nuestros vicios y “virtudes”. Absurdas nuestras
compras. Absurdo nuestro egoísmo. Absurdas nuestras preferencias.
Absurda nuestra inteligencia. Absurdo nuestro coche, moto, casa y
trabajo. Absurdos nuestros contactos, nuestro perfil y nuestros estados.
Absurda nuestra descendencia. Absurda nuestra historia. Absurdos
nuestros juicios y prejuicios. Absurdas nuestras normas y reglas.
Absurdos nuestros hábitos y costumbres. Absurdas nuestras manías,
nuestras reacciones y nuestro estrés. Absurda nuestras formas de
comunicación y nuestra forma de desahogarnos. Absurdo nuestro
entretenimiento, ocio y tiempo libre. Absurda nuestra educación y
nuestros nuevos métodos. Absurdo nuestro sistema, política y votos.
Absurdas nuestras creencias y religiones. Absurdas nuestras tradiciones y
nuestras fiestas. Absurdo nuestro ecologismo y nuestros intentos de
separar basura. Absurda nuestra estética, nuestros productos y cánones
de belleza. Absurda nuestra disciplina, nuestro estatus, títulos y
menciones. Absurda la corrupción y las amenazas. Absurdas las
guerrillas, ejércitos y guerras mundiales. Absurda nuestra ética y
nuestros valores. Absurdo nuestro consumo y nuestras nuevas
adquisiciones. Absurdas nuestras patologías, caprichos y antojos.
Absurdos nuestros impuestos y capitales. Absurdas nuestras palabras,
decisiones, promesas y declaraciones. Absurdos nuestros miedos, pecados y
oraciones. Absurdas nuestro dinero, tarjeta y cheques. Absurdos
nuestros derechos y obligaciones. Absurdos nuestros cargos, títulos,
nombres y posiciones. Absurdas nuestras donaciones y obras de caridad.
Absurdas nuestras leyes y barreras. Absurdas nuestras fronteras, países,
razas, organizaciones mundiales y cimeras. Absurdos los contratos,
actas, recibos, facturas y absurda y mil veces absurda nuestra
burocracia. Absurdos los reyes, reinas, príncipes y princesas. Absurdos
los convencionalismos, los idiomas y las formas. Absurdas nuestras
necesidades y comodidades. Absurdas las sectas, grupos y admisiones.
Absurdo nuestro trato, tacto y tono. Absurda nuestra vida y absurda
nuestra existencia.
Y… ¿por qué no? Absurdo mi discurso porque
siempre es lo mismo, y no hay nada más absurdo que escribir sobre lo
“absurdo” de las cosas si no hay nada que hacer, es absurdo…
Sé que
me reitero, pero con la misma palabra he dicho muchas cosas, y la uso
porque hace un tiempo una niña de 5 años me dijo: ¡esto es absurdo!
mientras se reía a carcajadas. Sería absurdo no hacerle caso a un niño…
he oído que siempre dicen la verdad, aunque ésta sea lo más absurdo del
mundo.
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